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Por un puñado de azúcar

Publicado: 2011-11-03

La dualidad del segundo vicepresidente, Omar Chehade, es tan misteriosa como la de los personajes que pululan en la cinematografía de Sergio Leone. Personajes como Clint Eastwood, el ángel de la muerte, que limpia la ciudad de los villanos por un puñado de dólares, nos ayudan a entender la complejidad humana, sin duda.

En ese mundo sórdido y decadente no hay espacio para los incorruptibles, sino para personas de carne y hueso que cumplen una misión mundana.  Visto de ese modo, podemos entender la dualidad de algunas personas que pasaron de ser vistas como los abanderados de la lucha contra la corrupción a vulgares corruptos. Así, el Incorruptible-de-otros-tiempos, se convierte en un ser humano que ha cometido un error y que merece tener otra oportunidad.

Omar Chehade, no solo demostró que es difícil encontrar alguien que camine derecho en este país donde todo parece torcido, sino que también demostró que no existen los incorruptibles, y que  quienes intentan parecerlo terminan atrapados en su propia moral, como el violento Robespierre, de los tiempos termidorianos.

Chehade, también demostró que  acabar con la corrupción implicaría acabar con la mitad de la población y despedirse de los amigos más cercanos metidos en algún lobby o faenón en ciernes. En otras palabras, habría que fusilar a medio país y traer a un ejército de pistoleros sin nombre tipo, Eastwood, para barrer con esta plaga.

Pero Chehade no actuaba solo. Lo acompañaba una banda de empresarios mafiosos acostumbrados a comprar políticos a su antojo, también, generales de la policía acostumbrados a recibir coimas. Y  lo hubieran acompañado, sin duda, varios medios de comunicación y varios fiscales y entidades financieras que hubieran justificado un desalojo violento, en nombre de las inversiones privadas.

Es cierto que toda falta debe ser sancionada, pero a estas alturas, apedrear a un hombre porque cometió una “reclutada”, por no decir una “perrada”, es algo exagerado. Peor aún, sacarlo del camino y abandonarlo a su suerte como una piedra, es digno de un corazón de piedra.

No justificamos su accionar, pero nadie está libre de pecado, hoy más que nunca. El que diga lo contrario, que tire la primera piedra.


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La Runa Mula

Más brava que la Mula